9 meses, 40 semanas, 280 días, 10 lunas...
¿Cuánto dura un embarazo?
La duración de un embarazo varía de una mujer a otra, e incluso varía en los diferentes embarazos de una misma mujer.
Entre los distintos factores que podrían influir en el inicio del parto, el que está tomando la delantera a tenor de las últimas investigaciones, es aquel en que, tras un embarazo de curso normal, el cerebro del bebé lanza mensajes hormonales al torrente sanguíneo materno cuando este alcanza su madurez. La madre, responde a su vez a estos estímulos hormonales segregando sus propias hormonas. Algunas de las cuales como la prolactina o la oxitocina ya son segregadas durante el embarazo, aunque siempre en cantidades inferiores.
La hipófisis, la glándula maestra, la directora de orquesta de la melodía hormonal que predispone al parto, se localiza en lo más profundo de nuestro cerebro primitivo, que ha permanecido invariable desde tiempos inmemoriales con independencia de la evolución de la raza humana. Esta parte del cerebro, es común a todos los mamíferos y no entiende de raciocinio o voluntad, su funcionamiento es instintivo e involuntario, como lo son los demás procesos fisiológicos de nuestro cuerpo (ej. la digestión o la respiración).
Al inicio del trabajo de parto, la hipófisis comienza a segregar ráfagas de oxitocina al torrente circulatorio. La también llamada “hormona del amor” por el gran obstetra francés Michel Odent, es la encargada de producir las contracciones uterinas, pero también contribuye al comportamiento maternal y a la expulsión de la leche materna durante la lactancia. Está presente en todos los aspectos de la vida amorosa: relaciones sexuales, nacimiento, lactancia...y, como afirma Odent, situaciones tan íntimas y delicadas, requieren también ambientes íntimos y delicados. La secreción de oxitocina se ve favorecida
cuando la mujer se encuentra en un ambiente confortable, cálido, con luz tenue, cuando no se siente observada, cuando se siente segura y confiada con las personas que la acompañan...características frecuentemente deseables también en un ambiente propicio para mantener una relación sexual o amorosa. Aquellos factores que brinden a la mujer un clima agradable y seguro, contribuirán a la secreción de oxitocina y con ello a la evolución natural del trabajo de parto.
Cada oleada de oxitocina produce una contracción a nivel uterino y viene seguida por la secreción de endorfinas. Estas son conocidas también como opiáceos o analgésicos naturales, y constituyen el sistema de “recompensa del organismo” que, tras un gran esfuerzo como el deporte o el parto, nos permiten recuperarnos. Son también aquellas sustancias que segregamos cuando estamos enamorados, y nos producen cierta dependencia de la persona amada, en este caso, el bebé.
La sabia naturaleza predispone que, en un parto no intervenido (sin medicación, sin restricciones de tiempo, sin factores estresantes o climas poco confortables para la mujer, sin restricción de posiciones...) la mujer se sumerja progresivamente en su trabajo de parto, aumentando su umbral del dolor y tolerando las contracciones gracias a sus mecanismos analgésicos naturales.
Dejarse llevar por las contracciones, permitirles realizar su trabajo, usar distintas herramientas personales (autoconfianza, respiración, meditación...), aplicar recursos disponibles (aromaterapia, masajes, cambios posicionales, bañera de agua caliente...) ayuda a reducir el dolor a límites tolerables y al descenso del bebé, estimulando al organismo a continuar segregando ese cóctel hormonal necesario para dar a luz. Justo antes de la dilatación completa, la denominada fase de transición inunda a la mujer de dudas. Es una
etapa más o menos breve en la que las matronas solemos escuchar un “no puedo más”, “me voy a morir”, “necesito ayuda”, "quiero la epidural”...señal inequívoca de que el nacimiento está cerca. Es una fase de gran intensidad emocional, que requiere una rendición total...una conversación interior, en la que la mujer comprende que el trabajo de parto es suyo y de su bebé, que nadie puede parir por ella y decide entregarse a esa ruptura entre la mujer que fue y la madre que nace.
Al llegar a la dilatación completa, cuando el bebé alcanza el periné o musculatura externa de la pelvis, la mujer percibe la sensación de presión característica que la incita a empujar a su bebé hacia el exterior. En esta fase, es frecuente encontrar que las contracciones se hacen más intensas y duraderas, aunque suelen espaciarse, permitiendo a la mujer un mayor descanso entre ellas.
Al final de esta etapa, la mujer recibe una oleada de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), conocidas por constituir el sistema de “lucha o de huída” de nuestro organismo cuya función es llenarnos de energía para escapar ante un peligro, permitirnos mantener el ritmo ante una situación de estrés o mantener la temperatura en situación de frío. Hacen que el corazón bombee más rápido y que la sangre oxigenada llegue de manera prioritaria a los órganos principales (cerebro, corazón...), dejando funciones como la digestión, defecación o incluso el parto para otro momento en que la supervivencia no corra
peligro o el estado de salud del individuo sea más favorable.
Es por ello que su secreción antes de dicha dilatación completa podría ralentizar o incluso bloquear el trabajo de parto. Así, es deseable para la mujer de parto evitar situaciones de estrés, frío, inseguridad, miedo...evitando así la secreción de catecolaminas.
El sentido de estas hormonas al final del trabajo de parto es producir el “reflejo de eyección fetal” y dotar a la mujer de la energía suficiente para superar las últimas contracciones, acompañando con sus pujos al bebé hacia el exterior. En ocasiones, este reflejo de eyección impulsa a la mujer a adquirir una posición vertical, más favorable para el nacimiento.
Esa descarga hormonal, atraviesa velozmente la placenta y alcanza al bebé, ya impregnado de la oxitocina y endorfinas maternas...en este caso, el amor es totalmente correspondido.
El recién nacido colocado en contacto piel con piel con su madre y cargado de la energía dada por la adrenalina, busca el contacto visual con ella, reconoce su voz, su rostro, su olor...si le damos tiempo, se impulsará con sus piernas buscando el sustento en el pecho materno.
Una vez más, la naturaleza predispone sabiamente a la supervivencia de la nueva cría.
La noradrenalina a su vez, permite que el líquido que ocupaba las vías respiratorias del bebé intraútero, se vaya reabsorbiendo progresivamente, dando paso a la respiración tal y como la entendemos.
Nunca más, el bebé y la mamá volverán a disfrutar de un escenario tan favorable para el establecimiento del vínculo y para la lactancia. Ese estado de alerta tranquila al que el bebé está sometido al nacer, gracias al “cóctel hormonal” materno-fetal durará entre 1 y 2 horas aproximadamente y puede ser crucial para su desarrollo futuro. En esas primeras horas de vida, será la propia oxitocina la que permita la contracción de los alvéolos mamarios para que el calostro o primera leche materna salga al exterior, además de permitir con una nueva contracción uterina la separación de la placenta del interior de la madre.
Con el alumbramiento de la placenta, los niveles de prolactina maternos aumentan para garantizar el aumento de la producción de leche, que más tarde dependerá exclusivamente de la estimulación y succión del bebé.
La prolactina, hormona “madre leona” o de la “protección de la cría”, regula junto con la oxitocina el comportamiento maternal. Un engranaje perfecto para traer al mundo a un nuevo ser, sin factores externos que disturben el proceso ni manipulaciones que lo aceleren o provoquen.
Un proceso que ha permanecido imperturbable desde el inicio de los tiempos...
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